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III. CONSEJOS GENERALES PARA HOMBRES JÓVENES

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Mensaje por hgo1939 6/5/2016, 12:56 am

III. CONSEJOS GENERALES PARA HOMBRES JÓVENES 
 
3. En tercer lugar, deseo dar algunos consejos generales a los hombres jóvenes. 
(1) Primero, trata de adquirir una visión clara de la maldad del pecado. 
Joven, si tan sólo supieras lo que es el pecado, y lo que el pecado ha hecho, no encontrarás extraño el que yo te exhorte como lo hago. Tú no lo ves en sus colores reales. Tus ojos están por naturaleza ciegos a la culpa y al peligro que conlleva y, por lo tanto, no puedes entender lo que me hace estar tan preocupado respecto de tí. ¡Oh, no dejes que el diablo logre persuadirte que el pecado es un asunto de poca trascendencia! 
Considera por un momento lo que la Biblia dice acerca del pecado; como mora de una manera natural en el corazón de cada hombre y mujer viviente (Ec 7:20; Ro 3:23), como corrompe nuestros pensamientos, palabras y acciones, y eso de manera continua (Gn 6:5; Mt 15:19), como nos presenta a todos culpables y abominables a los ojos de un Dios santo (Is 64:6; Hab 1:13), como nos deja absolutamente sin esperanza de salvación, si miramos hacia nosotros mismos (Sal 143:2; Ro 3:20), como su fruto en este mundo es vergüenza, y su paga en el mundo venidero, la muerte (Ro 6:21,23). Considera con calma todo esto. Hoy te digo, no es más penoso estar muriendo de tuberculosis y no saberlo, que ser un hombre vivo y no conocer esto. 
Considera que horrible cambio ha obrado el pecado en todas las áreas de nuestra naturaleza. El hombre ya no es lo que era cuando Dios lo formó del polvo de la tierra. El surgió de la mano de Dios justo y sin pecado. (Ec 7:29). En el día de su creación, como todo lo demás, "era bueno y en gran manera" (Gn 1:31). ¿Y qué es el hombre ahora? Una criatura caída, una ruina, un ser que muestra las marcas de la corrupción por todas partes: su corazón, como Nabucodonosor, depravado y mundano, mirando hacia abajo y no hacia arriba; sus afectos, como una casa en desorden, sin llamar señor a ningún hombre, donde todo es exceso y confusión; su entendimiento, como un bombillo parpadeando en su zócalo, impotente para guiarlo, sin discernir entre el bien y el mal; su voluntad, como un barco sin timón, yendo de aquí para allá según cada deseo, y constante solamente en escoger cualquier camino, menos el de Dios. ¡Ay! ¡Qué fracaso es el hombre comparado con lo que pudo haber sido! Bien podemos nosotros entender figuras que son usadas, tales como ceguera, sordera, enfermedad, sueño, muerte, cuando el Espíritu tiene que ofrecernos una ilustración del hombre tal como es. Y la condición del hombre tal como es, recuérdalo, fue a causa del pecado. 
Piensa, también, lo que ha costado hacer expiación por el pecado, y proveer remisión y perdón para los pecadores. El propio Hijo de Dios tuvo que venir al mundo y adoptar nuestra naturaleza para pagar el precio de nuestra redención, y librarnos de la maldición de una ley quebrantada. Aquél que estuvo en el principio con el Padre, y por quien fueron hechas todas las cosas, tuvo que sufrir por el pecado, el justo por los injustos, tuvo que morir la muerte de un malhechor, antes que el camino al cielo pudiera ser abierto para algún alma. Mira al Señor Jesucristo menospreciado y rechazado por los hombres, azotado, injuriado e insultado; contémplalo derramando Su sangre en la cruz del Calvario; óyelo clamar en agonía "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Observa como el sol se oscureció y las rocas se partieron a la vista; y entonces considera, joven, lo que debe ser la maldad y la culpa del pecado. 
Piensa, también, lo que el pecado ha hecho ya sobre la tierra. Piensa como este arrojó a Adán y a Eva fuera del Edén, trajo el diluvio sobre el mundo, hizo venir fuego desde los cielos sobre Sodoma y Gomorra, ahogó a Faraón y su ejército en el Mar Rojo, destruyó las siete naciones malvadas de Canaán, dispersó las doce tribus de Israel sobre la faz del globo terráqueo. Sólo el pecado hizo todo esto. 
Piensa, más aún, en toda la miseria y el dolor que el pecado ha causado, y está causando en este mismo día. Dolor, enfermedad y muerte,--contiendas, pleitos y divisiones,--envidia, celos y malicia,--engaño, fraude y trampa,--violencia, opresión y robo,--egoísmo, malignidad e ingratitud; todos estos son los frutos del pecado. El pecado es el padre de todos ellos. Es el pecado lo que ha corrompido y estropeado de tal manera la faz de la creación de Dios. 
Joven, considera estas cosas, y no te asombrarás de que prediquemos de la manera como lo hacemos. Seguramente, si tan sólo tú pensaras en ellas, romperías con el pecado para siempre. ¿Jugarías tú con veneno? ¿Te divertirías con el infierno? ¿Tomarías fuego en tu mano? ¿Ampararías en tu seno a tu más mortal enemigo? ¿Continuarías viviendo como si no importara nada que tus propios pecados fueron perdonados o no,--que el pecado tenga dominio sobre tí, o tú sobre el pecado? ¡Oh, despierta a un sentido de la pecaminosidad y peligro del pecado! Recuerda las palabras de Salomón: "Los necios," sólo los necios, "se mofan del pecado" (Pr 14:9). 
Oye, entonces, la petición que yo te hago en este día: ora que Dios te muestre la verdadera maldad del pecado. Si has de tener tu alma salva, levántate y ora. Hazlo ya joven, no vaciles más. Entrégate al Señor.
J.  C.  RYLE

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